En la llanura donde el viento
peina trigales dorados,
Erla despierta despacio,
como un susurro heredado.
Bajo la sombra de sus ruinas
que vigilan desde antaño,
las calles guardan historias
de piedra, sol y trabajo.
El Arba, con su presencia,
le presta un rumor cercano,
y Monlora, cuando asoma,
le regala un cielo claro.
Hay un latido en sus plazas,
un silencio bien templado,
que abraza al que allí se queda
y al que vuelve, enamorado.
Erla, pequeña y serena,
con tu horizonte pausado,
eres poema que vive
en el corazón del campo.
(A mi pueblo, con cariño)

