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lunes, 16 de enero de 2012










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9 comentarios:

Anónimo dijo...

GRACIAS por la informacion

Anónimo dijo...

Enhorabuena,sois un pueblo vivo.Veo actividades interesantes,y con gusto me apuntaría a la cena y el baile para reverdecer los viejos tiempos.
Os deseo lo disfruteis,y que envidia me dais.
Saludos cordiales.Javier

Anónimo dijo...

Por cierto los abanicos quedaron bien(unos mejor que otros)segun las manos de los alumnos.

Anónimo dijo...

VIVA SAN SEVASTIAN Y OS DESEO FELICES FIESTAS

Anónimo dijo...

VIVA SAN SEBASTIAN !, que traiga el agua que falta hace. El recuerdo de las hogeras que tengo desde niño no se me olvidará nunca.

Anónimo dijo...

Ahora espperar hasta mayo. Y a tengo ganas de que yegue.

Astún dijo...

Me hubiera gustado compartir un rato con vosotros,pero de corazón siempre estoy.Un saludo desde Alemania.

Rubén dijo...

Felicidades a tod@s l@s erlan@s y en especial a la Comisión de Fiestas por su trabajo y dedicación.

Anónimo dijo...

Nació en Narbona (Francia) en el año 256, pero se educó en Milán. Cumplía con la disciplina militar, pero no participaba en los sacrificios paganos por considerarlos idolatría. Como cristiano, ejercitaba el apostolado entre sus compañeros, visitando y alentando a otros cristianos encarcelados por causa de su religión. Acabó por ser descubierto y denunciado al emperador Maximiano (amigo de Diocleciano), quien lo obligó a escoger entre poder ser soldado o seguir a Jesucristo.
El santo escogió seguir a Cristo. Decepcionado, el emperador le amenazó de muerte, pero Sebastián se mantuvo firme en su fe. Enfurecido, le condenó a morir asaeteado. Los soldados del emperador lo llevaron al estadio, lo desnudaron, lo ataron a un poste, y lanzaron sobre él una lluvia de saetas, dándolo por muerto. Sin embargo, sus amigos se acercaron y, al verlo todavía con vida, lo llevaron a casa de una noble cristiana romana llamada Irene (esposa de Cástulo, que lo mantuvo escondido y le curó las heridas hasta que quedó restablecido).
Sus amigos le aconsejaron que se ausentara de Roma, pero Sebastián se negó rotundamente. Se presentó ante el emperador, quien, desconcertado, lo daba por muerto, y le reprochó enérgicamente su conducta por perseguir a los cristianos. Maximiano mandó que lo azotaran hasta morir, y los soldados cumplieron esta vez sin errores la misión, tirando su cuerpo en un lodazal. Los cristianos lo recogieron y lo enterraron en la Vía Apia, en la célebre catacumba que lleva el nombre de San Sebastián. Murió en el año 288.

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